Una historia con éxito,
en primera persona.
Uno de los aspectos que más fijación me genera es tratar de aprender de los mejores. Por mejores entiendo aquellas personas reconocidas por sus compañeros como grandes referentes y que han alcanzado una alta cota profesional. Les escucho con gran atención cuando coincido con ellos en las sesiones, leo decenas de biografías y procuro descargarme documentales que empaparme en los traslados de tren o avión. De esta información, trato de extraer rutinas, “hacks” o “tips” ganadores, que pueda incorporar.
Este año se me presentó una oportunidad muy interesante que acabó finalmente, como diría un adolescente, “volándome la cabeza”.
Cuando menos te lo esperas.
El caso es que hacía una inmersión en un Pueblo Inglés en la Alberca (Salamanca). Gran parte del programa consistía en sesiones “one on one” donde te perdías en aquel paraje medieval con un nativo de cualquier parte del mundo para hablar sobre distintos temas (cultura, cuestiones políticas, cocina, creencias personales o «frikadas»). Al acabar la jornada, el grupo de españoles compartíamos feedback sobre los nativos (¡en inglés! por si algún instructor de Pueblo Inglés anda por aquí) y aunque todos eran muy interesantes siempre había algunos favoritos.
Mis compañeros me contaban que había un cocinero holandés cuyas conversaciones eran realmente interesantes. Era de mediana edad, con cierta dificultad para desplazarse y con una mirada experimentada. Era una persona de éxito, Bruce Springsteen se lo había llevado en varias ocasiones de gira y viajaba constantemente. Tenía tres casas en las que pasaba solo algunos días al año: una en Ámsterdam, otra en Buenos Aires y una tercera en Taiwán. Contaba con dos asistentas personales que le tenían preparada la maleta cuando pisaba cada parte del globo.
Yo pensaba: este hombre ha tenido que conocer a muchísimas personas de éxito. ¡Es la conversación que estaba esperando!.
Llegué con el cuaderno dispuesto a anotarlo todo, él estaba delante de la chimenea (era el mes de marzo) sin pensar en nada, tan solo observando. Tras una breve introducción fui directamente al grano:
— ¿Cómo son las personas de éxito? Has debido conocer muchas.
— Sí, así es, he conocido a muchas personas de éxito y —se me quedó mirando fijamente—, desafortunadamente, detrás de estas personas de éxito hay verdaderos dramas personales.
Entonces sacó un bolígrafo y lo puso delante de mí para decirme:
— Cuando una persona tiene fijación por un objetivo (ser el número uno, por ejemplo) todo lo que está alrededor sufre.
Creo que jamás olvidaré ese rostro.
—¿Tienes hijos? —me preguntó—.
—Sí —le respondí—, una niña de 7 años y un niño de 5 años.
—Pues ese tiempo que pasas de más en la oficina no lo pasas con ellos. Y ese tiempo una vez se va, no vuelve. No lo puedes recuperar, punto.
Tras quedarme en silencio unos segundos le pregunté:
—Entonces, ¿cómo se puede llegar alto en tu profesión y, al mismo tiempo, equilibrar tu vida? —él sabía de mi dedicación diaria—.
—¿Sabes? —me dijo con serenidad, y con una sonrisa— puedes liberar una tarde a la semana o salir una hora antes de la oficina y tu proyecto no se va a resentir. Te lo digo por experiencia: no permitas que, cuando pasen los años y mires atrás, entonces, te arrepientas de todo lo que te perdiste.
Esa conversación, literalmente, “me voló la cabeza”.
Y en mi experiencia, tiene razón, por ejemplo: acabamos justo de incorporarnos de las vacaciones y hemos estado 7,15 o 30 días (¡siempre hubo aventajados!) sin pisar la oficina, creo que coincidirás conmigo en que, pese a tu ausencia, el edificio no ha salido ardiendo, no se han marchado nuestros empleados ni hemos perdido a nuestros clientes.
Por lo tanto, nada, nada está en riesgo si ponemos límites a nuestras agendas, pero… ¡CUIDADO!
El verdadero riesgo está en que nuestra fijación nos lleve al drama personal.
—Enrique Recuerda—